sábado, 28 de febrero de 2015

PABLO NERUDA ― “Tus Pies”

(Spanish - French)

Cuando no puedo mirar tu cara
miro tus pies.

Tus pies de hueso arqueado,
tus pequeños pies duros.

Yo sé que te sostienen,
y que tu dulce peso
sobre ellos se levanta.

Tu cintura y tus pechos,
la duplicada púrpura de tus pezones,
la caja de tus ojos que recién han volado,
tu ancha boca de fruta,
tu cabellera roja,
pequeña torre mía.

Pero no amo tus pies
sino porque anduvieron
sobre la tierra y sobre
el viento y sobre el agua,
hasta que me encontraron.

∞ ∞ ∞

PABLO NERUDA ― “Tes Pieds”

Quand je ne peux regarder ton visage
je regarde tes pieds.
Tes pieds. Leur os cambré.
Tes deux petits pieds durs.

Je sais bien qu’ils te portent
et que sur eux se dresse
le doux poids de ton corps.

Et ta taille et tes seins,
le pourpre jumelé
de leurs pointes dressées
et l’écrin de tes yeux
envolés depuis peu,
le grand fruit de ta bouche,
ta rousse chevelure,
petite et mienne tour.

Mais je n’aime tes pieds
que pour avoir marché
sur la terre et aussi
sur le vent et sur l’eau
jusqu’à me rencontrer.

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viernes, 27 de febrero de 2015

Samuel Beckett — “El Buitre”

(Spanish - English)

Arrastrando su hambre por el cielo
De mi cráneo casco de cielo y tierra.

Bajando a los postrados que pronto deberán
Tomar su vida y marcharse.

Burlado por un tejido que acaso no sirva
Hasta que hambre tierra y cielo sean carroña.


∞ ∞ ∞
Poema original en inglés

Samuel Beckett — “The Vulture”

dragging his hinger through the sky
of my skull shell of sky and earth

strooping to the prone who must
soon take up their life and walk

mocked by a tissue that may not serve
till hunger earth and sky be offal


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jueves, 26 de febrero de 2015

Recordando a Michel Houellebecq en el aniversario de su nacimiento:

Michel Houellebecq — “So Long”

(Spanish - French)

Hay siempre una ciudad, con huellas de poetas
Que entre sus muros han cruzado sus destinos
Agua por todos lados, la memoria murmura
Nombres de gente, nombres de ciudades, olvidos.

Y siempre recomienza la misma vieja historia,
Horizontes deshechos y salas de masaje
Soledad asumida, vecindad respetuosa,
Hay allí, sin embargo, gente que existe y baila.

Son gente de otra especie, personas de otra raza,
Bailamos exaltados una danza cruel
Y, con pocos amigos, poseemos el cielo,
Y la solicitud sin fin de los espacios;

El tiempo, el viejo tiempo, que urde su venganza,
El incierto rumor de la vida que pasa
El silbido del viento, el goteo del agua
Y el cuarto amarillento en que la muerte avanza.

∞ ∞ ∞
Poema original en francés:

Michel Houellebecq — “So Long”

Il y a toujours une ville, des traces de poètes
Qui ont croisé leur destinée entre ses murs
L’eau coule un peu partout, la mémoire murmure
Des noms de ville, des noms de gens, trous dans la tête.

Et c’est toujours la même histoire qui recommence,
Horizons effondrés et salons de massages
Solitude assumée, respect du voisinage,
Il y a pourtant des gens qui existent et qui dansent.

Ce sont des gens d’une autre espèce, d’une autre race,
Nous dansons tout vivants une danse cruelle
Nous avons peu d’amis mais nous avons le ciel,
Et l’infinie sollicitude des espaces;

Le temps, le temps très vieux qui prépare sa vengeance,
L’incertain bruissement de la vie qui s’écoule
Les sifflements du vent, les gouttes d’eau qui roulent
Et la chambre jaunie où notre mort s’avance.

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lunes, 23 de febrero de 2015

Antonio Machado — “Hay dos modos de conciencia”

Hay dos modos de conciencia:
una es luz, y otra, paciencia.
Una estriba en alumbrar
un poquito el hondo mar;
otra, en hacer penitencia
con caña o red, y esperar
el pez, como pescador.
Dime tú: ¿Cuál es mejor?
¿Conciencia de visionario
que mira en el hondo acuario
peces vivos,
fugitivos,
que no se pueden pescar,
o esa maldita faena
de ir arrojando a la arena,
muertos, los peces del mar?

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sábado, 21 de febrero de 2015

Octavio Paz — “Contra La Noche Sin Cuerpo...”

Contra la noche sin cuerpo
se desgarra y se abraza
la pena sola.

Negro pensar y encendida semilla
pena de fuego amargo y agua dulce
la pena en guerra.

Claridad de latidos secretos
planta de talle transparente
vela la pena.

Calla en el día canta en la noche
habla conmigo y habla sola
alegre pena.

Ojos de sed pechos de sal
entra en mi cama y entra en mi sueño
amarga pena.

Bebe mi sangre la pena pájaro
puebla la espera mata la noche
la pena viva.

Sortija de la ausencia
girasol de la espera y amor en vela
torre de pena.

Contra la noche la sed y la ausencia
gran puñado de vida
fuente de pena.

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jueves, 19 de febrero de 2015


 Recordando a André Breton en el aniversario de su nacimiento:

André Breton — “Silueta de Paja”

(Spanish - French)

A Max Ernst

Dadme unas joyas de ahogadas
Dos nidos
Una cola de caballo y una testa de maniquí
Perdonadme luego
No tengo tiempo para respirar
Soy un sortilegio
La construcción solar me ha retenido hasta aquí
Ahora ya no tengo más que dejarme matar
Pedid la tabla
De prisa el puño cerrado encima de mi cabeza que comienza a sonar
Un vaso donde se entreabre un ojo amarillo
El sentimiento también se abre
Mas las princesas se aferran al aire puro
Tengo necesidad de orgullo
Y de algunas gotas insípidas
Para recalentar la marmita de enmohecidas flores
Al pie de la escalera
Pensamiento divino en el cuadrado constelado de cielo azul
La expresión de las bañistas es la muerte del lobo
Tomadme por amiga
La amiga de los fuegos y de los hurones
Os mira profundamente
Alisad vuestras penas
Mi remo de palisandro hace cantar vuestros cabellos
Un sonido palpable sirve la playa
Negra por el furor de las sepias
Y roja por el letrero

∞ ∞ ∞
Poema original en francés:

André Breton — “Silhouette de Paille”

A Max Ernest

Donnez-moi des bijoux de noyées
Deux crèches
Une prèle et une marotte de modiste
Ensuite pardonnez-moi
Je n’ai pas le temps de respirer
Je suis un sort
La construction solaire m’a retenu jusqu’ici
Maintenant je n’ai plus qu’à laisser mourir
Demandez le barême
A trot le poing fermé au-dessus de ma tête qui sonne
Un verre dans lequels s’ouvre un oeil jaune
Le sentiment s’ouvre aussi
Mais les princesses s’accrochent à l’air pur
J’ai besoin d’orgueil
Et de quelques gouttes plates
Pour réchauffer la marmite de fleurs moisies
Au pied de l’escalier
Pensée divine au carreau étoilé de ciel bleu
L’expression des baigneuses c’est la mort du loup
Prenez-moi pour amie
L’amie des feux et des furets
Vous regarde à deux fois
Lissez vos peines
Ma rame de palissandre fait chanter vos cheveux
Un son palpable dessert la plage
Noire de la colère des seiches
Et rouges du côté du panonceau

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miércoles, 18 de febrero de 2015

Gustavo Adolfo Bécquer — “El Amor Que Pasa” (Rima X)

Los invisibles átomos del aire
en derredor palpitan y se inflaman,
el cielo se deshace en rayos de oro,
la tierra se estremece alborozada.

Oigo flotando en olas de armonías,
rumor de besos y batir de alas;
mis párpados se cierran… ?¿Qué sucede?
¿Dime?
¡Silencio! ¡Es el amor que pasa!


*Art by Marc Chagall

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sábado, 14 de febrero de 2015


Julio Cortázar — “Después de las Fiestas”

Y cuando todo el mundo se iba
y nos quedábamos los dos
entre vasos vacíos y ceniceros sucios,

Qué hermoso era saber que estabas
ahí como un remanso,
sola conmigo al borde de la noche,
y que durabas, eras más que el tiempo,

Eras la que no se iba
porque una misma almohada
y una misma tibieza
iba a llamarnos otra vez
a despertar al nuevo día,
juntos, riendo, despeinados.

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miércoles, 11 de febrero de 2015

Bertolt Brecht ― “Canción de la Buena Gente”

(Spanish - English)

A la buena gente se la conoce
en que resulta mejor
cuando se la conoce. La buena gente
invita a mejorarla, porque
¿qué es lo que a uno le hace sensato?
Escuchar y que le digan algo.

Pero, al mismo tiempo,
mejoran al que los mira y a quien
miran. No sólo porque nos ayudan
a buscar comida y claridad, sino,
más aún,
nos son útiles porque sabemos
que viven y transforman el mundo.

Cuando se acude a ellos,
siempre se les encuentra.
Se acuerdan de la cara que tenían
cuando les vimos por última vez.
Por mucho que hayan cambiado
-pues ellos son los que más cambian-
aún resultan más reconocibles.

Son como una casa que ayudamos a construir.
No nos obligan a vivir en ella,
y en ocasiones no nos lo permiten.
Por poco que seamos, siempre podemos ir a ellos,
pero tenemos que elegir lo que llevemos.

Saben explicar el porqué de sus regalos,
y si después los ven arrinconados, se ríen.
Y responden hasta en esto: en que,
si nos abandonamos,
les abandonamos.

Cometen errores y reímos,
pues si ponen una piedra en lugar equivocado,
vemos, al mirarla,
el lugar verdadero.
Nuestro interés se ganan cada día,
lo mismo que se ganan su pan de cada día.
Se interesan por algo
que está fuera de ellos.

La buena gente nos preocupa.
Parece que no pueden realizar nada solos,
proponen soluciones que exigen aún tareas.
En momentos difíciles de barcos naufragando
de pronto descubrimos fija en nosotros
su mirada inmensa.
Aunque tal como somos no les gustamos,
están de acuerdo, sin embargo,
con nosotros.

∞ ∞ ∞

Bertolt Brecht ― “Song About The Good People”

One knows the good people by the fact
That they get better
When one knows them. The good people
Invite one to improve them, for
How does anyone get wiser?  By listening
And by being told something.

At the same time, however
They improve anybody who looks at them and anybody
They look at.  It is not just because they help one
To get jobs or to see clearly, but because
We know that these people are alive and are
Changing the world, that they are of use to us.

If one comes to them they are there.
They remember what they
Looked like when one last met them.
However much they’ve changed —
For it is precisely they who change —
They have at most become more recognisable.

They are like a house which we have helped to build
They do not force us to live there
Sometimes they do not let us.
We may come to them at any time in our smallest dimension,
but
What we bring with us we must select.

They know how to give reasons for their presents
If they find them thrown away they laugh.
But here too they are reliable, in that
Unless we rely on ourselves
They cannot be relied on.

When they make mistakes we laugh:
For if they lay a stone in the wrong place
We, by watching them, see
The right place.
Daily they earn our interest, even as they earn
Their daily bread.
They are interested in something
That is outside themselves.

The good people keep us busy
They don’t seem to be able to finish anything by themselves
All their solutions still contain problems.
At dangerous moments on sinking ships
Suddenly we see their eyes full on us.
Though they do not entirely approve of us as we are
They are in agreement with us none the less.

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lunes, 9 de febrero de 2015

Gabriel García Márquez ― “La Tercera Resignación”

Aracata, Colombia 1928.

“Allí estaba otra vez, ese ruido. Aquel ruido frío, cortante, vertical, que ya tanto conocía pero que ahora se le presentaba agudo y doloroso, como si de un día a otro se hubiera desacostumbrado a él.
Le giraba dentro del cráneo vacío, sordo y punzante. Un panal se había levantado en las cuatro paredes de su calavera. Se agrandaba cada vez más en espirales sucesivos, y le golpeaba por dentro haciendo vibrar su tallo de vértebras con una vibración destemplada, desentonada, con el ritmo seguro de su cuerpo. Algo se había desadaptado en su estructura material de hombre firme; algo que “las otras veces” había funcionado normalmente y que ahora le estaba martillando de cabeza por dentro con un golpe seco y duro dado por unos huesos de mano descarnada, esquelética, y le hacía recordar todas las sensaciones amargas de la vida. Tuvo el impulso animal de cerrar los puños y apretarse la sien brotada de arterias azules, moradas, con la firme presión de su dolor desesperado. Hubiera querido localizar entre las palmas de sus dos manos sensitivas el ruido que le estaba a punta de diamante. Un gesto de gato doméstico contrajo sus músculos cuando lo imaginó perseguido por los rincones atormentados de su cabeza caliente, desgarrada por la fiebre. Ya iba a alcanzarlo. No.
El ruido tenía la piel resbaladiza, intangible casi. Pero él estaba dispuesto a alcanzarlo con su estrategia bien aprendida y apretarlo larga y definitivamente con toda la fuerza de su desesperación. No permitiría que penetrara otra vez por su oído: que saliera por su boca, por cada uno de sus poros o por sus ojos que se desorbitarían a su paso y se quedarían ciegos mirando la huída del ruido desde el fondo de su desgarrada oscuridad. No permitiría que le estrujara más sus cristales molidos, sus estrellas de hielo, contra las paredes interiores del cráneo. Así era el ruido aquel:
Pero le era imposible apretarse las sienes. Sus brazos se habían reducido y eran ahora los brazos de un enano; unos brazos pequeños, regordetes, adiposos. Trató de sacudir la cabeza. La sacudió. El ruido apareció entonces con mayor fuerza dentro del cráneo que se había endurecido, agrandado y que se sentía atraído con mayor fuerza por la gravedad. Estaba pesado y duro aquel ruido. Tan pesado y duro que de haberlo alcanzado y destruido había tenido habría tenido la impresión de estar deshojando una flor de plomo.
Había sentido ese ruido “las otras veces”, con la misma insistencia. Lo había sentido, por ejemplo, el día en que murió por primera vez. Cuando –ante la vista de un cadáver– se dio cuenta de que era su propio cadáver. Lo miró y se palpó. Se sintió intangible, inespacial, inexistente. El era verdaderamente un cadáver y estaba sintiendo ya, sobre su cuerpo joven y enfermizo, el tránsito de la muerte. La atmósfera se había endurecido en toda la casa como si hubiera sido rellena de cemento, y en medio de aquel bosque –en el que había dejado los objetos como cuando era una atmósfera de aire– estaba él, cuidadosamente colocado dentro del ataúd de un cemento duro pero transparente. Aquella vez, en su cabeza estaba también “ese ruido”. Qué lejanas y qué frías sentía las plantas de sus pies; allá en el otro extremo del ataúd, donde habían puesto una almohada, porque la caja le quedaba aún demasiado grande y hubo que ajustarlo, adaptar el cuerpo muerto a su nuevo y último vestido. Lo cubrieron de blanco y alrededor de su mandíbula apretaron un pañuelo. Se sintió bello envuelto en su mortaja; mortalmente bello.
Estaba en su ataúd, listo a ser enterrado, y sin embargo, él sabía que no estaba muerto. Que si hubiera tratado de levantarse lo hubiera hecho con toda facilidad. Al menos “espiritualmente”. Pero no valía la pena. Era mejor dejarse morir allí; morirse de “muerte”, que era su enfermedad. Hacía tiempo que el médico había dicho a su madre, secamente:
–Señora, su niño tiene una enfermedad grave: está muerto. Sin embargo –prosiguió–, haremos todo lo posible por conservarle la vida más allá de su muerte. Lograremos que continúen sus funciones orgánicas por un complejo sistema de autonutrición. Sólo variarán las funciones motrices, los movimientos espontáneos. Sabremos de su vida por el crecimiento que continuará también normalmente. Es simplemente “una muerte viva”. Una real y verdadera muerte…
Recordaba las palabras, pero confundidas. Tal vez no las oyó nunca y fue creación de su cerebro cuando subía la temperatura en las crisis de la fiebre tifoidea.
Cuando se sumergía en el delirio. Cuando leía la historia de los faraones embalsamados. Al subir la fiebre, él mismo se sentía protagonista de ella. Allí había empezado una especie de vacío en su vida. Desde entonces no podía distinguir, recordar cuáles acontecimientos eran parte de su delirio y cuáles de su vida real. Por tanto, ahora dudaba. Tal vez el médico nunca habló de esa extraña “muerte viva”. Es ilógica, paradojal, sencillamente contradictoria. Y eso lo hacía sospechar ahora que, efectivamente, estaba muerto de verdad. Que hacía dieciocho años que lo estaba.
Desde entonces –en el tiempo de su muerte tenía siete años– su madre le mandó hacer un ataúd pequeño, de madera verde; un ataúd para un niño. Pero el médico ordenó que le hicieran una caja más grande, una caja para un adulto normal, pues aquella, podría atrofiar el crecimiento y llegaría a ser un muerto deforme o un vivo anormal. O la detención del crecimiento impediría darse cuenta de la mejoría. En vista de aquella advertencia, su madre le hizo construir un ataúd grande, para un cadáver adulto, y le colocó tres almohadas a los pies, con el fin de ajustarlo.
Pronto empezó a crecer dentro de la caja, de tal manera que cada año podían sacarle un poco de lana a la almohada extrema para darle margen al crecimiento. Había pasado así media vida. Dieciocho años (ahora tenía veinticinco). Y había llegado a su estatura definitiva, normal. El carpintero y el médico se equivocaron en el cálculo e hicieron el ataúd medio metro más grande. Supusieron que él tendría la estatura de su padre, que era un gigante semibárbaro. Pero no fue así. Lo único que de él heredó fue la barba poblada. Una barba azul, espesa, que su madre acostumbraba arreglar para verlo decentemente dentro de su ataúd. Esa barba le molestaba terriblemente en los días de calor.
Pero había algo que le preocupaba más que “¡ese ruido!”. Eran los ratones. Precisamente, cuando niño, nada había en el mundo que le preocupara más, que le produjera más terror, que los ratones. Y eran precisamente esos animales asquerosos los que habían acudido al olor de las bujías que ardían a sus pies. Ya habían roído sus ropas y sabía que muy pronto empezarían a roerlo a él, a comerse su cuerpo. Un día pudo verlos: eran cinco ratones lucios, resbaladizos, que subían a la caja por la pata de la mesa y lo estaban devorando. Cuando su madre lo advirtiera, no quedaría ya de él sino los escombros, los huesos duros y fríos. Lo que más horror le producía no era exactamente que se lo comieran los ratones. Al fin y al cabo podría seguir viviendo con su esqueleto. Lo que lo atormentaba era el terror innato que sentía hacia esos animalitos. Se le erizaba la piel con sólo pensar en esos seres velludos que recorrían todo su cuerpo, que penetraban por los pliegues de su piel y le rozaban los labios con sus patas heladas. Uno de ellos subió hasta sus párpados y trató de roer su córnea. Le vio grande, monstruoso, en su lucha desesperada por taladrarle la retina. Creyó entonces una nueva muerte y se entregó, todo entero, a la inminencia del vértigo.
Recordó que había llegado a mayor de edad. Tenía veinticinco años y eso significaba que no crecería ya más. Sus facciones se volverían firmes, serias. Pero cuando estuviera sano no podría hablar de su infancia. No la había tenido. La pasó muerto.
Su madre había tenido rigurosos cuidados durante el tiempo que duró la transición de la infancia a la pubertad. Se preocupó pora higiene perfecta del ataúd y de la habitación en general. Cambiaba frecuentemente las flores de los jarrones y abría las ventanas todos los días para que penetrara el aire fresco. Con qué satisfacción miró la cinta métrica en aquel tiempo, cuando, después de medirlo, ¡comprobaba que había crecido varios centímetros!. Tenía la maternal satisfacción de verlo vivo. Cuidó, así mismo, de evitar la presencia de extraños en la casa. Al fin y al cabo era desagradable y misteriosa la existencia de un muerto por largos años en una habitación familiar. Fue una mujer abnegada. Pero muy pronto empezó a decaer su optimismo. En los últimos años, la vio mirar con tristeza la cinta métrica. Su niño no crecía ya más. En los meses pasados no progresó el crecimiento un milímetro siquiera. Su madre sabía que iba a ser difícil ahora encontrar la manera de advertir la presencia de la vida en su muerto querido. Tenía el temor de que una mañana amaneciera “realmente” muerto y tal vez por eso aquel día él pudo observar que se acercaba a su caja, discretamente, y olfateaba su cuerpo. Había caído en una crisis de pesimismo. Ultimamente descuidó las atenciones y ya ni siquiera tenía la precaución de llevar la cinta métrica. Sabía que ya no crecería más.
Y él sabía que ahora estaba “realmente” muerto, Lo sabía por aquella apacible tranquilidad con que su organismo se dejaba llevar. Todo había cambiado intempestivamente. Los latidos imperceptibles que sólo él podía percibir se habían desvanecido ahora de su pulso. Se sentía pesado, atraído por una fuerza reclamadora y potente hacia la primitiva substancia de la tierra. La fuerza de gravedad parecía atraerlo ahora con un poder irrevocable. Estaba innegable. Pero estaba más descansado así. Ni siquiera tenía que respirar para vivir su muerte.
Imaginariamente, sin tocarse, recorrió uno a uno cada uno de sus miembros. Allí, sobre una almohada dura, estaba su cabeza levemente v uelta hacia la izquierda. Imaginó su boca entreabierta por la delgada orilla de frío que le llenaba la garganta de granizo. Estaba tronchado como un árbol de veinticinco años. Quizá trató de cerrar la boca. El pañuelo que había apretado a su quijada estaba flojo. No pudo colocarse, componerse, tomar una “pose” siquiera para parecer un muerto decente. Ya los músculos, los miembros, no acudían como antes, puntuales al llamado de su sistema nervioso. Ya no era el de dieciocho años atrás, un niño normal que podía moverse a gusto. Sintió sus brazos caídos, tumbados para siempre, apretados contra las paredes acojinadas del ataúd. Su vientre duro, como una corteza de nogal. Y más allá las piernas íntegras, exactas, complementando su perfecta anatomía de adulto. Su cuerpo reposaba con pesadez, pero apaciblemente, sin malestar alguno, como si el mundo se hubiera detenido de repente, y nadie interrumpiera el silencio; como si todos los pulmones de la tierra hubieran dejado de respirar para no interrumpir la liviana quietud del aire. Se sentía feliz como un niño bocarriba sobre la hierba fresca y apretada, contemplando una nube alta que se aleja por el cielo de la tarde. Era feliz, aunque sabía que estaba muerto, que reposaba para siempre en la caja recubierta de seda artificial. Tenía una gran lucidez. No era como antes, después de su primera muerte, en que se sintió embotado, bruto. Las cuatro bujías que habían puesto en derredor suyo, y que eran renovadas cada tres meses, empezaban a agotarse nuevamente: precisamente cuando iban a ser indispensables. Sintió la vecindad de la frescura en las violetas húmedas que su madre había llevado aquella terrible mañana. La sintió en las azucenas, en las rosas. Pero toda aquella terrible realidad no le causaba ninguna inquietud; al contrario, era feliz allí, sólo con su soledad. ¿Sentirse miedo después?
Quien sabe. Era duro pensar en el momento en que el martillo golpeara los clavos sobre la madera verde y crujiera el ataúd bajo la esperanza segura de volver a ser árbol. Su cuerpo atraído ahora con mayor fuerza por el imperativo de la tierra, quedaría ladeado en un fondo húmedo, arcilloso y blanco, y allá arriba, sobre cuatro metros cúbicos, se irían apagando los últimos golpes de los sepultureros. No. Allí tampoco sentiría miedo. Eso sería la prolongación de su muerte, la prolongación más natural de su nuevo estado.
No quedaría ya ni un grado de calor en su cuerpo, su médula se habría enfriado para siempre, y unas estrellitas de hielo penetrarían hasta el tuétano de sus huesos. ¡Qué bien se acostumbraría a su nueva vida de muerto! Un día –sin embargo– sentirá que se derrumba su armadura sólida; y cuando trate de citar, de repasar cada uno de sus miembros, no los encontrará. Sentirá que no tiene forma exacta definida, y sabrá resignadamente que ha perdido su perfecta anatomía de 25 años y que se ha convertido en un puñado de polvo sin forma, sin definición geométrica.
En el polvillo bíblico de la muerte. Acaso sienta entonces una ligera nostalgia: nostalgia de no ser un cadáver formal, anatómico, sino un cadáver imaginario, abstracto, armado únicamente en el recuerdo gorroso de sus parientes. Sabrá entonces, que va a subir por los vasos capilares de un manzano y al despertarse medido por el hambre de un niño en una mañana otoñal. Sabrá entonces –y eso sí le entristecía– que ha perdido su unidad: que ya no es –siquiera– un muerto ordinario, un cadáver común.
La última noche la había pasado feliz, en la solitaria compañía de su propio cadáver.
Pero al nuevo día, al penetrar los primeros rayos del sol tibio por la ventana, abierta, sintió que su piel se había reblandecido. Observó un momento. Quieto, rígido. Dejó que el aire corriera sobre su cuerpo. No pudo dudarlo: allí estaba el “olor” . Durante la noche la cadaverina había empezado a hacer sus efectos. Su organismo había empezado a descomponerse, a pudrirse, como el cuerpo de todos los muertos. El ”olor” era, indudablmente, un olor inconfundible a carne manida, que desaparecía y reaparecía después más penetrante. Su cuerpo se había descompuesto con el calor de la noche anterior. Sí. Se estaba pudriendo. Dentro de p ocas horas vendría su madre a cambiar las floresy desde el umbral la azotaría el tufo de la carne descompuesta. Entonces sí lo llevarían a dormir su segunda muerte entre los otros muertos.
Pero de pronto el miedo le dio una puñalada por la espalda. ¡El miedo! ¡Qué pa labra tan honda, tan significativa! Ahora tenía miedo, un miedo “físico”, verdadero. ¿A qué se debía? El lo comprendía perfectamente y se le estremecía la carne: probablemente no estaba muerto. Lo habían metido allí, en esa caja que ahora sentía perfectamente, blanda, acolchada, terriblemente cómoda; y el fantasma del miedo le abrió la ventana de la realidad: ¡Lo iban a enterrar vivo!
No podía estar muerto, porque se daba cuenta exacta de todo; de la vida que giraba en torno suyo, murmurante. Del olor tibio de los heliotropos que penetraba por la ventana abierta y se confundía con el otro “olor”. Se daba perfecta cuenta del lento caer del agua en el estanque. Del grillo que se había quedado en el rincón y seguía cantando, creyendo que aún duraba la madrugada.
Todo le negaba su muerte. Todo menos el “olor”. Pero, ¿cómo podía saber que ese olor era suyo? Tal vez su madre había olvidado el día anterior cambiar el agua de los jarrones, y los tallos estaban pudriéndose. O tal vez el ratón, que el gato había arrstrado hasta su pieza, se descompuso con el calor. No. El “olor” no podías ser de su cuerpo.
Hacía unos momentos estaba feliz con su muerte, porque creía estar muerto. Porque un muerto puede ser feliz con su situación irremediable. Pero un vivo no puede resignarse a ser enterrado vivo. Sin embargo, sus miembros no respondían a su llamada. No podía expresarse, y era eso lo que le causaba terror; el mayor terror de su vida y de su muerte. Lo enterrarían vivo. Sentiría el vacío del cuerpo suspendido en hombros de los amigos, mientras su angustia y su desesperación se irían agrandando a cada paso de la procesión.
Inútilmente trataría de levantarse, de llamar con todas sus fuerzas desfallecidas, de golpear por dentro del ataúd oscuro y estrecho para que supieran que aún vivía, que iban a enterrarlo vivo. Sería inútil; allí tampoco responderían sus miembros al urgente y último llamado de su sis tema nervioso.
Oyó ruidos en la pieza contigua. ¿Estaría dormido? ¿Habría sido una pesadilla toda esa vida de muerto? Pero el ruido de la vajilla no continuó. Se puso triste y quizá tuvo disgusto por ello. Hubiera querido que todas las vajillas de la tierra se quebraran de un sólo golpe allí a su lado, para despertar por una causa ex terior, ya que su voluntad había fracasado.
Pero, no. No era un sueño. Estaba seguro de que de haber sido un sueño no habría fallado el último intento de volver a la realidad. El no despertaría ya más. Sentía la blandura del ataúd y el “olor” había vuelto ahora con mayor fuerza, con tanta fuerza, que ya dudaba de que era su propio olor. Hubiera querido ver allí a sus parientes, antes que comenzara a deshacerse, y el espectáculo de la carne putrefacta les produjera asco. Los vecinos huirían espantados del féretro con un pañuelo en la boca. Escupirían. No. Eso no. Era mejor que lo enterraran. Era preferible salir de “eso” cuanto antes. El mismo quería ahora deshacerse de su propio cadáver. Ahora sabía que estaba verdaderamente muer to, o al menos inapreciablemente vivo. Daba lo mismo. De todos modos persistía el “olor”.
Resignado oiría las últimas oraciones, los últimos latinajos mal respondidos por los acólitos. El frío lleno de polvo y de huesos del cementerio penetrará hasta sus huesos y tal vez disipe un poco ese “olor”. Tal vez –¡quién sabe!— la inminencia del momento le haga salir de ese letargo. Cuando se sienta nadando en su propio sudor, en una agua viscosa, espesa, como estuvo nadando antes de nacer en el útero de su madre. Talvez entonces esté vivo.
Pero estará ya tan resignado a morir, que acaso muera de resignación.

Gabriel García Márquez

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sábado, 7 de febrero de 2015

Oscar Wilde ―  “Locos y Santos” (Mis Amigos)

(Spanish - English)

Escojo mis amigos no por la piel u otro arquetipo cualquiera, y sí por la pupila.
Tiene que tener un brillo cuestionador y una tonalidad inquietante.
A mi no me interesan los buenos de espíritu ni los malos de hábitos.
Me quedo con aquellos que hacen de mí un loco y un santo.
De ellos no quiero respuesta, quiero mi opuesto.
Que me traigan dudas y angustias y aguanten lo peor que hay en mí. Para eso, sigo siendo loco.
Los quiero santos, para que no duden de las diferencias y pidan perdón por las injusticias.
Escojo mis amigos por la cara lavada y por el alma expuesta.
No quiero solo el hombro o el regazo, quiero también la mayor de sus alegrías.
Amigo que no ríe con uno, no sabe sufrir con uno.
Mis amigos son todos así: mitad estupidez, mitad seriedad.
No quiero risas previsibles ni llantos piadosos.
Quiero amigos serios, de aquellos que hacen de la realidad su fuente de aprendizaje, pero luchan para que la fantasía no desaparezca.
No quiero amigos adultos ni aburridos. Los quiero mitad infancia y otra mitad vejez.
Niños, para que no olviden el valor del viento en el rostro y viejos, para que nunca tengan prisa.
Tengo amigos para saber quién soy yo.
Pues viéndolos locos y santos, bobos y serios, niños y viejos, nunca me olvidaré de que NORMALIDAD es una ilusión imbécil y estéril.

∞ ∞ ∞

Oscar Wilde ―  “Crazy & Saints”

I choose my friends not by their skin or other archetype, but by the pupil.
They have to have questioning shine and unsettled tone.
I'm not interested in the good spirits or the ones with bad habits.
I'll stick with the ones that are made of me being crazy and blessed.
From them, I don't want an answer, I want to be reviewed.
I want them to bring me doubts and fears and to tolerate the worst of me.
But that only being crazy.
I want saints, so they daunt doubt differences and ask for forgiveness for injustices.
I choose my friends for their clean face and their soul exposed.
I don't just want a man or a skirt, I also want his greatest happiness.
A friend that doesn't laugh together doesn't know how to cry together.
All my friends are like that, half foolish, half serious.
I don't want foreseen laughter or cries full of pity.
I want serious friends, those that make reality their fountain of knowledge, but that fight to keep fantasy alive.
I don't want adult or boring friends.
I want half kids and half elderly.
Kids, so they don't forget the value of the wind blowing on their faces and elderly people so they're never in a hurry.
I have friends to know who I am.
Then seeing them as clowns and serious, crazy and saints, young and old, I will never forget that 'normalcy' is a sterile and imbecile illusion.

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viernes, 6 de febrero de 2015

** LAS 4 LEYES ESPIRITUALES DE LA INDIA **

Todo lo que llega a nuestras vidas, cada situación por la que pasamos, es por algún motivo.
En la India enseñan las “cuatro leyes de la espiritualidad” que hablan justamente sobre esto:

1) "La persona que llega es la persona correcta"
2) "Lo que sucede, es la única cosa que podía haber sucedido"
3) "En cualquier momento que comience, es el momento correcto"
4) "Cuando algo termina...¡termina!"

Aquí se amplía la explicación:
*La primera dice: “La persona que llega es la persona correcta”, es decir que nadie llega a nuestras vidas por casualidad, todas las personas que nos rodean, que interactúan con nosotros, están allí por algo, para hacernos aprender y avanzar en cada situación.

*La segunda ley dice: “Lo que sucede es la única cosa que podía haber sucedido”. Nada, pero nada, absolutamente nada de lo que nos sucede en nuestras vidas podría haber sido de otra manera. Ni siquiera el detalle más insignificante. No existe el: “si hubiera hecho tal cosa…hubiera sucedido tal otra…”. No. Lo que pasó fue lo único que pudo haber pasado, y tuvo que haber sido así para que aprendamos esa lección y sigamos adelante. Todas y cada una de las situaciones que nos suceden en nuestras vidas son perfectas, aunque nuestra mente y nuestro ego se resistan y no quieran aceptarlo.

*La tercera dice: “En cualquier momento que comience es el momento correcto”. Todo comienza en el momento indicado, ni antes, ni después. Cuando estamos preparados para que algo nuevo empiece en nuestras vidas, es allí cuando comenzará.

*Y la cuarta y última: “Cuando algo termina, termina”. Simplemente así. Si algo terminó en nuestras vidas, es para nuestra evolución, por lo tanto es mejor dejarlo, seguir adelante y avanzar ya enriquecidos con esa experiencia.

** Vive Bien, Ama con todo tu Ser y se Inmensamente Feliz! **

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miércoles, 4 de febrero de 2015

Recordando al poeta surrealista francés Jacques PRÉVERT en el aniversario de su nacimiento:

Jacques Prévert ― “Y La Fiesta Continúa”

(Spanish - French)

De pie ante el mostrador de estaño
A eso de las diez de la mañana
Un corpulento plomero hojalatero
Vestido de domingo a pesar de ser lunes
Canta para sí mismo
Canta que es jueves
Que no irá a la escuela
Que la guerra se acabó
Y el trabajo también
Que la vida es muy bella
Y las muchachas muy lindas
Y después de trastabillar ante el mostrador de estaño
Pero siguiendo el hilo de su plomada
Se planta firmemente ante el patrón
Tres paisanos vendrán y os pagarán
Después se aleja bajo los rayos del sol
Sin liquidar el gasto
Se aleja bajo los rayos del sol sin dejar de cantar su canción.

∞ ∞ ∞
Poema original en francés:

Jacques Prévert ― “Et la fête continue”

Debout devant le zinc
Sur le coup de dix heures
Un grand plombier zingueur
Habillé en dimanche et pourtant c’est lundi
Chante pour lui tout seul
Chante que c’est jeudi
Qu’il n’ira pas en classe
Que la guerre est finie
Et le travail aussi
Que la vie est si belle
Et les filles si jolies
Et titubant devant le zinc
Mais guidé par son fil à plomb
Il s’arrête pile devant le patron
Trois paysans passeront et vous paieront
Puis disparaît dans le soleil
Sans régler les consommations
Disparaît dans le soleil tout en continuant sa chanson.


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martes, 3 de febrero de 2015

Recordando al escritor, poeta, guionista y director de cine estadounidense Paul AUSTER, en el aniversario de su nacimiento:

Paul Auster ― “Noches Blancas”

No hay nadie aquí,
y el cuerpo dice: todo lo dicho
no debe ser dicho. Pero nadie
es un cuerpo igualmente, y lo que el cuerpo dice
nadie lo oye
excepto tú.

Nevada y noche. La repetición
de un asesinato
entre los árboles. La pluma
se mueve sobre la tierra: qué ocurrirá
lo ignora, y la mano que la sostiene
ha desaparecido.

No obstante, escribe.
Escribe: en el principio,
entre los árboles, un cuerpo vino caminando
desde la noche. Escribe:
la blancura del cuerpo
es del color de la tierra. Es tierra,
y la tierra escribe: todo
es del color del silencio.

Yo no estoy aquí. Nunca he dicho
lo que tú dices
que he dicho. Y, cada noche,
desde el silencio de los árboles, sabes
que mi voz
viene caminando hacia ti.

∞ ∞ ∞
Poema original en inglés:

Paul Auster ― “White Nights”

No one here,
and the body
says: whatever is said
is not to be said. But no one
is a body as well,
and what the body says
is heard by no one
but you.

Snowfall
and night. The repetition
of a murder
among the trees. The pen
moves
across the earth: it no longer knows
what will happen, and the hand that
holds it
has disappeared.

Nevertheless, it writes.
It writes:
in the beginning,
among the trees, a body came walking
from the night. It
writes:
the body’s whiteness
is the color of earth. It is earth,
and
the earth writes: everything
is the color of silence.

I am no
longer here. I have never said
what you say
I have said. And yet, the body
is a place
where nothing dies. And each night,
from the silence of the
trees, you know
that my voice
comes walking toward you.

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lunes, 2 de febrero de 2015

Recordando al gran cantautor y poeta argentino Atahualpa YUPANQUI:

Atahualpa Yupanqui ― “El Arriero”

En las arenas bailan los remolinos,
el sol juega en el brillo del pedregal,
y prendido a la magia de los caminos,
el arriero va, el arriero va.
Es bandera de niebla su poncho al viento,
lo saludan las flautas del pajonal,
y animando la tropa por esos cerros,
el arriero va, el arriero va.
Las penas y las vaquitas
se van por la misma senda.
Las penas son de nosotros,
las vaquitas son ajenas.
Un degüello de soles muestra la tarde,
se han dormido las luces del pedregal,
y animando la tropa, dale que dale,
el arriero va, el arriero va.
Amalaya la noche traiga un recuerdo
que haga menos peso mi soledad.
Como sombra en la sombra por esos cerros,
el arriero va, el arriero va.

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domingo, 1 de febrero de 2015

Roberto Juarroz ― “Un Amor Más Allá Del Amor...”

(Spanish - French)

Un amor más allá del amor,
por encima del rito del vínculo,
más allá del juego siniestro
de la soledad y de la compañía.
Un amor que no necesite regreso,
pero tampoco partida.
Un amor no sometido
a los fogonazos de ir y de volver,
de estar despiertos o dormidos,
de llamar o callar.
Un amor para estar juntos
o para no estarlo
pero también para todas las posiciones
intermedias.
Un amor como abrir los ojos.
Y quizá también como cerrarlos.

(Quinta Poesía vertical, 1974)

* * *

Roberto Juarroz ― “Un amour au-delà de l’amour...”

Un amour au-delà de l’amour,
plus haut que le rite du lien,
au-delà du jeu sinistre
de la solitude et de la compagnie.

Un amour qui n’ait pas à revenir,
mais non plus à s’en aller.
Un amour non soumis
aux frénésies d’aller et venir,
d’être éveillés ou endormis,
d’appeler ou de se taire.

Un amour pour être ensemble
ou pour ne l’être pas,
mais aussi pour tous les états intermédiaires.

Un amour qui serait comme ouvrir les yeux,
Et peut-être aussi comme les fermer.

(Cinquième Poésie Verticale, 1974)


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