lunes, 30 de marzo de 2015
Recordando a Vincent van Gogh en el aniversario de su nacimiento:
Vincent van Gogh (Born on 30 March, 1853)
“(...) Aun cuando viva a menudo en la miseria, tengo en mí, sin embargo, una armonía y una música calma y pura.”
- Vincent van Gogh (carta a Theo)
Vincent van Gogh (Born on 30 March, 1853)
“(...) Aun cuando viva a menudo en la miseria, tengo en mí, sin embargo, una armonía y una música calma y pura.”
- Vincent van Gogh (carta a Theo)
“(...) Though I am often in the depths of misery, there is still calmness, pure harmony and music inside me.”
- Vincent van Gogh (letter to Theo)
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sábado, 28 de marzo de 2015
Recordando a Mario Vargas Llosa en el aniversario de su nacimiento:
Mario Vargas Llosa ― “Padre Homero”
No sabemos si era uno o muchos.
Ni siquiera sabemos si existió
o lo inventamos
para dar un dueño y una leyenda
a los poemas que fundaron
el mundo en que vivimos.
Las cuencas vacías de sus ojos
iluminan como dos soles
las aguas, las islas y las playas
del Mediterráneo.
Tampoco sabemos si las historias
que cantó tuvieron raíces
en la historia real
o fueron fantaseadas
por su imaginación incandescente.
Yo lo adivino como un
viejecito bondadoso
y excéntrico
divirtiendo a niños y ancianos
con fabulosas aventuras
de guerreros y monstruos
en una época inusitada
en que hombres y dioses
andaban entreverados
y las batallas se ganaban
con caballos de madera,
elíxires y magias.
Lo diviso entre sombras y
chisporroteo de fogatas, en
aldeas con olor
a vino y aceite,
pulsando su lira
acompañado por el murmullo del mar
y la resaca,
rodeado de caras expectantes.
Su fantasía y su verba
embellecían las anécdotas
que traían los marineros de sus viajes:
las canciones voluptuosas
de las sirenas,
los mordiscos de Escila
y los soplidos de Caribdis
que hundían a los veleros
y los náufragos que se tragaba
Polifemo.
En el corazón de sus mitos
palpitaban
las chismografías de los ancianos,
las endechas de las viudas y
las letanías de las madres
cuyos hijos raptaron
los piratas
para convertirlos en remeros.
Imagino su cabeza como
un volcán que crepita no lava
ni fuego
sino historias,
una sinfonía de heroísmos,
apariciones, pesadillas,
bravatas, amores, hechicerías
y fastuosas celebraciones
de dioses y diosas
con hombres y demonios.
Nadie sabía de dónde venía
ni adónde iba.
Sus barbas eran blancas y
sus ojos, antes de vaciarse,
habían sido azules.
Su túnica tenía mil
remiendos
y sus sandalias
tan gastadas
habían dado la vuelta al mundo
y al trasmundo.
El encanto de su voz
la suavidad de sus palabras
el color y la fosforescencia
con que narraba
daban a sus historias
la fuerza contagiosa
de la danza y la música,
esa estela que perseguía
a sus oyentes
en el sueño
y los incitaba a aprender sus versos
de memoria
a repetirlos
de padres a hijos
de pueblo en pueblo
y de siglo en siglo,
hasta nosotros.
Gracias, abuelo,
inventor del Occidente.
Qué pobre sería nuestra historia
sin tus historias,
qué mediocres
nuestros sueños
sin tus sueños.
https://www.facebook.com/PuertoLibre
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http://puertolibre1.blogspot.com.ar/
Mario Vargas Llosa ― “Padre Homero”
No sabemos si era uno o muchos.
Ni siquiera sabemos si existió
o lo inventamos
para dar un dueño y una leyenda
a los poemas que fundaron
el mundo en que vivimos.
Las cuencas vacías de sus ojos
iluminan como dos soles
las aguas, las islas y las playas
del Mediterráneo.
Tampoco sabemos si las historias
que cantó tuvieron raíces
en la historia real
o fueron fantaseadas
por su imaginación incandescente.
Yo lo adivino como un
viejecito bondadoso
y excéntrico
divirtiendo a niños y ancianos
con fabulosas aventuras
de guerreros y monstruos
en una época inusitada
en que hombres y dioses
andaban entreverados
y las batallas se ganaban
con caballos de madera,
elíxires y magias.
Lo diviso entre sombras y
chisporroteo de fogatas, en
aldeas con olor
a vino y aceite,
pulsando su lira
acompañado por el murmullo del mar
y la resaca,
rodeado de caras expectantes.
Su fantasía y su verba
embellecían las anécdotas
que traían los marineros de sus viajes:
las canciones voluptuosas
de las sirenas,
los mordiscos de Escila
y los soplidos de Caribdis
que hundían a los veleros
y los náufragos que se tragaba
Polifemo.
En el corazón de sus mitos
palpitaban
las chismografías de los ancianos,
las endechas de las viudas y
las letanías de las madres
cuyos hijos raptaron
los piratas
para convertirlos en remeros.
Imagino su cabeza como
un volcán que crepita no lava
ni fuego
sino historias,
una sinfonía de heroísmos,
apariciones, pesadillas,
bravatas, amores, hechicerías
y fastuosas celebraciones
de dioses y diosas
con hombres y demonios.
Nadie sabía de dónde venía
ni adónde iba.
Sus barbas eran blancas y
sus ojos, antes de vaciarse,
habían sido azules.
Su túnica tenía mil
remiendos
y sus sandalias
tan gastadas
habían dado la vuelta al mundo
y al trasmundo.
El encanto de su voz
la suavidad de sus palabras
el color y la fosforescencia
con que narraba
daban a sus historias
la fuerza contagiosa
de la danza y la música,
esa estela que perseguía
a sus oyentes
en el sueño
y los incitaba a aprender sus versos
de memoria
a repetirlos
de padres a hijos
de pueblo en pueblo
y de siglo en siglo,
hasta nosotros.
Gracias, abuelo,
inventor del Occidente.
Qué pobre sería nuestra historia
sin tus historias,
qué mediocres
nuestros sueños
sin tus sueños.
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jueves, 26 de marzo de 2015
Robert Frost ― “Noche Invernal de un Anciano”
(Spanish - English)
Más allá de las puertas, a través de la helada
que cubre la ventana formando unas estrellas
dispersas—, en la sombra, el mundo esta mirando
su cara: está vacía la habitación. Y duerme.
La lámpara inclinada muy cerca de su rostro
le impide ver el mundo. Ya no recuerda nada.
Y la vejez le impide recordar en qué tiempo
llegó hasta estos lugares, y por qué está aquí solo.
Rodeado de toneles se encuentra aquí perdido.
Sus pasos temblorosos hacen temblar el sótano:
lo asusta con sus pasos temblorosos: y asusta
otra vez a la noche (la noche de sonidos
familiares ). Los árboles aúllan allá afuera;
todas las ramas crujen. Una luz hay tan sólo
para su rostro, quieta, una luz en la noche.
A la Luna confía —en esa Luna rota
que por ahora vale más que el sol— el cuidado
de velar por la nieve que yace sobre el techo,
de velar los carámbanos que cuelgan desde el muro.
Sigue durmiendo. Un leño se derrumba en la estufa.
Despierta con el ruido. Sobresaltado cambia
de lugar. Es la noche. Respira suavemente.
No puede un viejo solo llenar toda una casa,
un rincón de los campos, una granja. No puede.
Así un anciano guarda la casa solitaria,
en la noche de invierno. —Y está solo. —Está solo.
∞ ∞ ∞
Poema original en inglés
Robert Frost ― “An Old Man’s Winter Night”
All out of doors looked darkly in at him
Through the thin frost, almost in separate stars,
That gathers on the pane in empty rooms.
What kept his eyes from giving back the gaze
Was the lamp tilted near them in his hand.
What kept him from remembering what it was
That brought him to that creaking room was age.
He stood with barrels round him— at a loss.
And having scared the cellar under him
In clomping there, he scared it once again
In clomping off; —and scared the outer night,
Which has its sounds, familiar, like the roar
Of trees and crack of branches, common things,
But nothing so like beating on a box.
A light he was to no one but himself
Where now he sat, concerned with he knew what,
A quiet light, and then not even that.
He consigned to the moon, such as she was,
So late-arising, to the broken moon
As better than the sun in any case
For such a charge, his snow upon the roof,
His icicles along the wall to keep;
And slept. The log that shifted with a jolt
Once in the stove, disturbed him and he shifted,
And eased his heavy breathing, but still slept.
One aged man— one man —can’t keep a house,
A farm, a countryside, or if he can,
It’s thus he does it of a winter night.
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(Spanish - English)
Más allá de las puertas, a través de la helada
que cubre la ventana formando unas estrellas
dispersas—, en la sombra, el mundo esta mirando
su cara: está vacía la habitación. Y duerme.
La lámpara inclinada muy cerca de su rostro
le impide ver el mundo. Ya no recuerda nada.
Y la vejez le impide recordar en qué tiempo
llegó hasta estos lugares, y por qué está aquí solo.
Rodeado de toneles se encuentra aquí perdido.
Sus pasos temblorosos hacen temblar el sótano:
lo asusta con sus pasos temblorosos: y asusta
otra vez a la noche (la noche de sonidos
familiares ). Los árboles aúllan allá afuera;
todas las ramas crujen. Una luz hay tan sólo
para su rostro, quieta, una luz en la noche.
A la Luna confía —en esa Luna rota
que por ahora vale más que el sol— el cuidado
de velar por la nieve que yace sobre el techo,
de velar los carámbanos que cuelgan desde el muro.
Sigue durmiendo. Un leño se derrumba en la estufa.
Despierta con el ruido. Sobresaltado cambia
de lugar. Es la noche. Respira suavemente.
No puede un viejo solo llenar toda una casa,
un rincón de los campos, una granja. No puede.
Así un anciano guarda la casa solitaria,
en la noche de invierno. —Y está solo. —Está solo.
∞ ∞ ∞
Poema original en inglés
Robert Frost ― “An Old Man’s Winter Night”
All out of doors looked darkly in at him
Through the thin frost, almost in separate stars,
That gathers on the pane in empty rooms.
What kept his eyes from giving back the gaze
Was the lamp tilted near them in his hand.
What kept him from remembering what it was
That brought him to that creaking room was age.
He stood with barrels round him— at a loss.
And having scared the cellar under him
In clomping there, he scared it once again
In clomping off; —and scared the outer night,
Which has its sounds, familiar, like the roar
Of trees and crack of branches, common things,
But nothing so like beating on a box.
A light he was to no one but himself
Where now he sat, concerned with he knew what,
A quiet light, and then not even that.
He consigned to the moon, such as she was,
So late-arising, to the broken moon
As better than the sun in any case
For such a charge, his snow upon the roof,
His icicles along the wall to keep;
And slept. The log that shifted with a jolt
Once in the stove, disturbed him and he shifted,
And eased his heavy breathing, but still slept.
One aged man— one man —can’t keep a house,
A farm, a countryside, or if he can,
It’s thus he does it of a winter night.
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lunes, 23 de marzo de 2015
Federico García Lorca ― “Romance del sonámbulo”
A Gloria Giner
y a Fernando de los Ríos
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda,
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas le están mirando
y ella no puede mirarlas.
Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha,
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde…?
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.
Compadre, quiero cambiar
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando,
desde los montes de Cabra.
Si yo pudiera, mocito,
ese trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
Compadre, quiero morir
decentemente en mi cama.
De acero, si puede ser,
con las sábanas de holanda.
¿No ves la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?
Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
Dejadme subir al menos
hasta las altas barandas,
dejadme subir, dejadme,
hasta las verdes barandas.
Barandales de la luna
por donde retumba el agua.
Ya suben los dos compadres
hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre.
Dejando un rastro de lágrimas.
Temblaban en los tejados
farolillos de hojalata.
Mil panderos de cristal,
herían la madrugada.
Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento, dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
¿Dónde está mi niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara,
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!
Sobre el rostro del aljibe
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche su puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos,
en la puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña.
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A Gloria Giner
y a Fernando de los Ríos
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda,
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas le están mirando
y ella no puede mirarlas.
Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha,
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde…?
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.
Compadre, quiero cambiar
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando,
desde los montes de Cabra.
Si yo pudiera, mocito,
ese trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
Compadre, quiero morir
decentemente en mi cama.
De acero, si puede ser,
con las sábanas de holanda.
¿No ves la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?
Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
Dejadme subir al menos
hasta las altas barandas,
dejadme subir, dejadme,
hasta las verdes barandas.
Barandales de la luna
por donde retumba el agua.
Ya suben los dos compadres
hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre.
Dejando un rastro de lágrimas.
Temblaban en los tejados
farolillos de hojalata.
Mil panderos de cristal,
herían la madrugada.
Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento, dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
¿Dónde está mi niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara,
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!
Sobre el rostro del aljibe
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche su puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos,
en la puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
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Y el caballo en la montaña.
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sábado, 21 de marzo de 2015
Julio Cortázar ― Mate Time . .(Rayuela)
Oliveira cebó otro mate. Había que cuidar la yerba, en París costaba quinientos francos el kilo en las farmacias y era una yerba perfectamente asquerosa que la droguería de la estación Saint-Lazare vendía con la vistosa calificación de «maté sauvage, cueilli par les indiens», diurética, antibiótica y emoliente. Por suerte el abogado rosarino —que de paso era su hermano— le había fletado cinco kilos de Cruz de Malta, pero ya iba quedando poca. «Si se me acaba la yerba estoy frito», pensó Oliveira. «Mi único diálogo verdadero es con este jarrito verde.» Estudiaba el comportamiento extraordinario del mate, la respiración de la yerba fragantemente levantada por el agua y que con la succión baja hasta posarse sobre sí misma, perdido todo brillo y todo perfume a menos que un chorrito de agua la estimule de nuevo, pulmón argentino de repuesto para solitarios y tristes.
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Oliveira cebó otro mate. Había que cuidar la yerba, en París costaba quinientos francos el kilo en las farmacias y era una yerba perfectamente asquerosa que la droguería de la estación Saint-Lazare vendía con la vistosa calificación de «maté sauvage, cueilli par les indiens», diurética, antibiótica y emoliente. Por suerte el abogado rosarino —que de paso era su hermano— le había fletado cinco kilos de Cruz de Malta, pero ya iba quedando poca. «Si se me acaba la yerba estoy frito», pensó Oliveira. «Mi único diálogo verdadero es con este jarrito verde.» Estudiaba el comportamiento extraordinario del mate, la respiración de la yerba fragantemente levantada por el agua y que con la succión baja hasta posarse sobre sí misma, perdido todo brillo y todo perfume a menos que un chorrito de agua la estimule de nuevo, pulmón argentino de repuesto para solitarios y tristes.
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